La extraña muerte de un Papa: ¿conspiración religiosa o política?

El "Papa de la sonrisa", como se le conoció a Juan Pablo I, no alcanzó a visitar ni un solo país, ni a publicar ninguna encíclica ni a canonizar a nadie. Su muerte dejó sin embargo un sordo rumor que el Vaticano ha descalificado una y otra vez, a pesar de los ríos de tinta que han corrido sobre extraños hechos y especulaciones. Algunos periodistas y sacerdotes que han tratado el tema, aseguran que Juan Pablo I fue asesinado.

APUNTES BIOGRÁFICOS

Juan Pablo I (Canale d'Agordo, 17 de octubre de 1912 - † Ciudad del Vaticano, 28 de septiembre de 1978). Fue Papa de la Iglesia católica en 1978 y en la actualidad se encuentra en proceso de beatificación.

Nombrado al momento de su nacimiento como Albino Luciani, es el primer pontífice nacido en el siglo XX. Vio la luz en una pequeña localidad italiana llamada Canale d'Agordo en la familia de Giovanni Luciani y Bortola Tancon siendo el mayor de cuatro hermanos. A los 10 años, y luego de haber vivido en la pobreza durante la Primera Guerra Mundial, su madre murió y su padre contrajo nuevas nupcias con una mujer de gran devoción; fue entonces cuando nació su vocación sacerdotal, según él declaró, gracias a la predicación de un fraile capuchino. En 1923 ingresó en el seminario menor de la localidad de Feltre, aunque luego pasó al seminario mayor de Belluno, donde fue ordenado en 1935. Tras su ordenación se trasladó a Roma donde hizo sus estudios teológicos en la universidad Gregoriana. Al terminar los estudios regresó a su localidad natal donde empezó su labor pastoral como párroco de Forno di Canale y de Agordo, labor que compatibilizó con una función docente en el Instituto Tecnológico Minero.

Antes de convertirse en "el Papa de la sonrisa" (como sería conocido por muchos), ocupó importantes cargos y distinciones: Vicerrector del seminario de Belluno, fue nombrado Doctor en teología por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma en 1947 y Vicario General de Belluno (diócesis a cargo de la cual estuvo 11 años) en 1954; en 1958 Juan XXIII lo consagra como obispo de Vittorio Veneto y el 15 de diciembre de 1969 fue nombrado Patriarca de Venecia, penúltimo paso antes de su elección como Sumo Pontífice al que intermediaría su consagración como cardenal el 5 de marzo de 1973.

Fue elegido como el 263º Papa oficial de la Iglesia Católica el 26 de agosto de 1978. Fue el primer Papa con dos nombres, gesto con el que pretendía honrar a sus dos predecesores: Juan XXIII y Pablo VI. Después de su elección, Juan Pablo I estableció un ambiente de optimismo y reformas. Pero nunca llegaría a avanzar más allá de las propuestas. Murió, según las fuentes oficiales de un infarto, 33 días después de su elección como Papa, el 28 de septiembre de 1978, siendo el cuarto pontificado más breve de la historia.

Profecías

Según las Profecías de San Malaquías se le atribuye a Juan Pablo I el lema "De medietate Lunae", que en la traducción del latín al español es "De la media luna". Su nombre de pila (Albino Luciani) significa luz blanca; nació en Belluno (del latín bella luna); fue elegido Papa el 26 de agosto del 1978, la noche del 25 al 26 la luna estaba en “media luna” y falleció tras un eclipse de la luna; también su nacimiento, su ordenación sacerdotal y episcopal ocurrieron en noches de media luna.

Sor Lucía dos Santos (vidente del suceso de Fátima) le reveló en 1977 al entonces Cardenal Luciani su futura entronación al papado, y además le adelantó que su pontificado duraría lo que duró la vida de Jesús (33 años vivió Jesús, 33 días de papa). Se dice que Juan Pablo I sabía que duraría poco en el papado, y predijo que lo sucedería "el extranjero" que estaba sentado al frente de él en el cónclave - se refiría al Cardenal Wojtyla, el futuro papa Juan Pablo II.

LOS HECHOS

En la mañana del 28 de septiembre, Juan Pablo I dirigía a un grupo de obispos filipinos su ultimo discurso, que, a la luz de los acontecimientos posteriores, asumiría un significado especial: "Al daros la bienvenida con profundo afecto, deseamos recordar un pasaje encontrado en el Breviario. Se refiere a Cristo y fue citado por Pablo VI durante su visita a Filipinas: "Yo debo dar testimonio de su nombre, Jesús es Cristo, el Hijo de Dios Vivo...". Entre los derechos del fiel, uno de los mayores es el derecho a recibir la Palabra de Dios en toda su integridad y pureza, con todas sus exigencias y fuerza. Un gran reto de nuestro tiempo es la completa evangelización de todos aquellos que han sido bautizados, y en dicho reto, los obispos de la Iglesia tienen una responsabilidad primordial”.

El día 28 por la tarde Benelli acudió al Vaticano. Luciani le había telefoneado a media mañana y pensaba depositar en él la responsabilidad política y diplomática del Vaticano. El propio Benelli diría después por Radio Vaticano: "Lo encontré perfectamente de salud y con un humor excelente". Algo semejante dice el cardenal Villot, que se había encontrado con el Papa por la tarde: "El Papa se encontraba perfectamente. No noté signo alguno que pudiera prever el fatal desenlace, y ni siquiera lo encontré fatigado". Finalmente, el cardenal Colombo, arzobispo de Milán, reveló que ya de noche recibió una llamada telefónica del Papa y que no advirtió anomalía alguna en su voz. En efecto, "todos coinciden en asegurar que nada anormal detectaron en el Papa"

Cuando murió Pablo VI, el 6 de agosto de 1978 a las 9:40 de la noche, bastaron unos minutos para que el mundo tuviera la noticia, pero cuando murió Juan Pablo I, casi tres horas después del hallazgo del cadáver el Vaticano facilitó el comunicado que decía textualmente: "Esta mañana, 29 de septiembre de 1978, hacia las cinco y media, el secretario particular del Papa, no habiendo encontrado al Santo Padre en la capilla, como de costumbre, le ha buscado en su habitación y le ha encontrado muerto en la cama, con la luz encendida, como si aún leyera. El médico, Dr. Renato Buzzonetti, que acudió inmediatamente, ha constatado su muerte, acaecida probablemente hacia las 23 horas del día anterior a causa de un infarto agudo de miocardio".

La noticia causó sorpresa y estupor. Después se añadió el nombre de Magee al comunicado, quien fuese anteriormente secretario de Pablo VI. Realmente, hoy pocas cosas quedan en pie de las afirmadas en dicho comunicado. El propio John Magee, actualmente obispo de Cloyne (Irlanda), ha dicho recientemente que no fue él, sino una religiosa quien encontró muerto a Juan Pablo I: "Aproximadamente a las 5 de la mañana una monja muy agitada fue a despertarme: 'El Papa ha muerto', me dijo. Preocupada porque el Pontífice no había tomado el café, que las monjas le dejaban todos los días a las 4:30 delante de la puerta de su habitación, había entrado y visto el cuerpo inmóvil. Después había corrido hasta mi habitación para avisarme" .

Magee bajó inmediatamente a la habitación del Papa y constató que, efectivamente, había muerto. Dijo a las religiosas que no tocaran nada y fue a llamar por teléfono al cardenal Villot. Según Magee, eran las 5:40. A continuación llamó al doctor Buzzonetti. Ambos, el cardenal y el doctor, "entraron juntos en la habitación del Papa y constataron con sus propios ojos que el Papa estaba muerto".

Cuando murió Pablo VI, se publicó un detallado informe médico. Con Juan Pablo I no. Se supone que basta un examen externo del cadáver y un lacónico comunicado oficial para dar respuesta a estas interrogantes: ¿cuándo murió Juan Pablo I? Y sobre todo ¿de qué murió?

Por lo que se refiere al momento de la muerte, la estimación oficial no coincide con la de los embalsamadores, hermanos Signoracci: Al examinar el cadáver antes de que lo trasladaran a la sala Clementina, los hermanos Signoracci habían llegado a la conclusión, por la ausencia del rigor mortis y por la temperatura del cuerpo, que la muerte se había producido, no a las once de la noche del 28 de septiembre, sino entre las cuatro y las cinco de la madrugada del 29. Sus conclusiones se vieron confirmadas por monseñor Noé, que les dijo que el Papa había muerto poco antes de las cinco de la madrugada. Tanto la religiosa que descubrió el cadáver, sor Vincenza, como el secretario Diego Lorenzi confirmaron el detalle de la temperatura del cuerpo, que encontraron todavía tibio.

A las 5 AM, el Cardenal Villot confirmó la muerte del Santo Padre. Los anteojos del Papa, sus pantuflas y testamento desaparecieron, ninguno de estos objetos jamás fueron vistos de nuevo.

El Cardenal Villot (o un ayudante) telefoneó a los embalsamadores y se envió un carro del Vaticano a traerlos. Lo que sucedió en la siguiente hora es aún un misterio. No fue sino hasta las 6.00 que el Dr. Buzzonati (no el Profesor Fontana, jefe del servicio medico del Vaticano), llegó y confirmó la muerte, sin escribir un acta de defunción. El Dr. Buzzonati atribuyó la muerte a un infarto agudo del miocardio (ataque al corazón).

Cerca de las 6.30 Villot comenzó a informar la noticia a los cardenales: una hora y media después que los embalsamadores habían llegado.

Para las 18 horas de ese día, los apartamentos papales se habían lavado, limpiado y pulido totalmente. Los secretarios empacaron y se llevaron toda la ropa del Papa, incluyendo sus cartas, notas, libros y un pequeño puño de recuerdos personales: los 19 cuartos de los apartamentos papales habían sido completamente vaciados de cualquier cosa remotamente asociada al papado de Luciani.

Villot hizo los arreglos para que el embasalamiento se hiciera esa noche, un procedimiento tan inusual como ilegal. ¿Por qué el apuro? También se informó que durante el embasalamiento se insistió que nada de sangre fuese drenada del cuerpo, y ninguno de los órganos tampoco debían ser removidos. Una pequeña cantidad de sangre hubiese sido más que suficiente para que un científico forense estableciera la presencia de cualquier sustancia venenosa.

Sin duda, la cuestión clave es la determinación de la causa de la muerte. Es decir: ¿de qué murió Juan Pablo I?

El obispo de Cuernavaca (México), Méndez Arceo, pidió públicamente que se realizara la autopsia: "Tanto al cardenal Miranda como a mí nos parece que podría ser de mucha utilidad". Y Franco Antico, de la organización tradicionalista Civiltà Cristiana, solicitó una investigación formal. De forma tajante, el cardenal Oddi, que con el cardenal Samor, fue asistente de Villot durante el período de la sede vacante, afirmó que no habría investigación alguna: "He sabido con certeza que el Sagrado Colegio cardenalicio no tomar mínimamente en examen la eventualidad de una investigación y no aceptar el menor control por parte de nadie y, es más, ni siquiera se tratará la cuestión en el colegio de cardenales".

Sin embargo, según el diario "La Stampa" de Turín, del 8 de octubre, los cardenales reunidos en congregación general solicitaron conocer las circunstancias precisas de la muerte del Papa Juan Pablo I. El diario señala que "los cardenales, ante los interrogantes que se plantea la 'opinión pública' provocados por el hecho de que únicamente fue publicado un breve comunicado anunciando la muerte del Papa, la ausencia de un boletín médico y la negativa del Vaticano a proceder a una autopsia, han solicitado que los medios oficiales de información de la Santa Sede anuncien las circunstancias exactas de la muerte del Pontífice". Al menos, algún cardenal habría pedido puntualizaciones al respecto. El Vaticano ni confirma ni desmiente esta información; simplemente, no responde.

Pero ¿por qué no se hizo la autopsia? ¿Tenía la Iglesia algo que perder? Responde monseñor Nicolini, autor de una biografía sobre Juan Pablo I y, durante varios años, vicedirector de la sala de prensa del Vaticano (actualmente obispo de Alba, en la provincia italiana de Cuneo): "El Sacro Colegio no ordenó la autopsia porque la consideró superflua, no habiendo duda alguna sobre las causas naturales de la muerte del Papa Luciani. La autopsia no podía sino confirmar cuanto ya se sabía".

Sin embargo, la pregunta obvia es: ¿cómo se sabía? Más aún: ¿cómo se podía saber a partir solamente de un examen externo del cadáver? Como diversos especialistas indicaron, es clínicamente imposible explicar la causa de la muerte por infarto de miocardio agudo (y, además, instantáneo) sin la realización de la autopsia.

Al doctor Buzzonetti, que con el doctor Fontana firmó el certificado de defunción, se le cuestionó cuándo vió al Papa por última vez. Ésta es la respuesta: "Yo puedo ser muy preciso sobre esto. Ni yo ni el profesor Fontana −que era jefe del Servicio Médico Vaticano y que murió en 1979− fuimos llamados nunca a prestar nuestros servicios profesionales al Papa Juan Pablo I. Yo le vi al final del cónclave. Yo era suplente de Fontana. Posteriormente yo creo que le vi en alguna función. Después le vi muerto. Eso es todo". El doctor dice no saber nada de las medicinas que tomaba el Papa. Tampoco sabe si estaba sobrecargado de trabajo o deprimido.

Contra lo que afirma Magee, Buzzonetti niega haberse encontrado con el doctor Da Ros, médico personal de Luciani, el domingo 24 de septiembre: "ese encuentro nunca se dió". Dice también: "Todos los aspectos clínicos de éste asunto de Juan Pablo I están cubiertos por dos secretos: el primero es el secreto profesional, del que nadie me puede liberar; después está el secreto de mi cargo como vicedirector del Servicio Médico del Estado Vaticano. Pero, de cualquier modo, yo no sé nada".

INVESTIGACIONES POSTERIORES

"Juan Pablo I fue asesinado por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador. Pensaba hacer cambios importantes en la curia del vaticano. Los apuntes que tenía en la mano, al ser encontrado muerto, contenían los nombres de los nuevos cargos". El sacerdote Jesús López Sáez ha escrito un polémico libro cuando, el 29 de septiembre (2003), se cumplieron 25 años de la muerte de quien sólo estuvo 33 días al frente de la Iglesia Católica.

Tras 25 años de investigación profunda, sus conclusiones son estremecedoras y echan por tierra la tesis oficial.

La curia romana, con Juan Pablo II a la cabeza, siempre sostuvo que la muerte del Papa Luciani fue la de un enfermo, incapaz de asumir el tremendo peso de la tiara. López Sáez sostiene, en cambio, que la muerte del Papa fue un asesinato orquestado por algunos miembros de la Curia, de la mafia y de la masonería; el asesinato de un Papa en plena forma y tan capaz de regir la Iglesia que estaba pensando en darle un vuelco de 180 grados al Vaticano, a sus dineros y a la curia romana. Pero la consigna en la Iglesia era clara y tajante: "Ningún eclesiástico puede remover las cenizas del Papa Luciani y, ante las múltiples preguntas de los fieles en todo el mundo, los clérigos deben responder con la verdad oficial".

Fruto de este trabajo de años es un nuevo libro, El día de la cuenta, en el que plasma sus conclusiones definitivas. Pero a la Iglesia no le gusta que uno de sus más prestigiosos sacerdotes asegure que un Papa fue asesinado y denuncie una curia que es una "auténtica cueva de ladrones", dice.

¿QUIEN MATÓ AL PAPA?

Hoy está comprobado que Juan Pablo I estaba bien de salud. Lo confirma su médico personal, el doctor Da Ros: "El Papa no ha pasado nunca 24 horas en cama, ni una mañana o una tarde en cama, no ha tenido nunca un dolor de cabeza o una fiebre que le obligase a guardar cama. Gozaba de una buena salud; ningún problema de dieta, comía todo cuanto le ponían delante, no conocía problemas de diabetes o de colesterol; tenía sólo la tensión un poco baja". Tener la tensión un poco baja es, para muchos médicos, "un seguro de vida".

También se sabe que Juan Pablo I no murió de infarto, porque "no hubo lucha con la muerte". Con el tiempo el propio Vaticano ha reconocido que el primero en encontrarlo no fue monseñor Magee, su secretario, sino sor Vincenza, la monja que lo cuidaba. Según el relato de esta hermana, "el Papa estaba sentado en la cama, con las gafas puestas y unas hojas de papel en las manos. Tenía la cabeza ladeada hacia la derecha y una pierna estirada sobre la cama. Iniciaba una leve sonrisa".

¿Qué tenía en las manos? Evidentemente no tenía el Kempis, como dijo el Vaticano, un libro demasiado grueso para ser sostenido entre los dedos. Los apuntes que tenía eran unas notas sobre la conversación de dos horas que el Papa había tenido con el secretario de Estado, cardenal Villot, la tarde anterior", dice López Sáez. En ella, el Papa le había adelantado a su número dos los importantes cambios que pensaba hacer en la curia. Y ése fue el detonante de su muerte.

Por su parte, el Dr. R. Cabrera, forense del Instituto Nacional de Toxicología, afirma lo siguiente: "La forma en que se encuentra el cadáver no responde de suyo al cuadro propio del infarto de miocardio: no ha habido lucha con la muerte. No existe otra sintomatología que lo delate... El cuadro encontrado podría responder mejor a una muerte provocada por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño".

¿Cuál fue el arma del crimen? "A pesar de que el Vaticano lo niega, a Juan Pablo I se le hizo la autopsia y por ella se supo que había muerto por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador. Se trata de una medicina absolutamente contraindicada para quien tiene la tensión baja, como era el caso del Papa. Eso encaja con la forma en la que se encontró el cadáver: No hubo lucha con la muerte, como corresponde a una provocada por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño", explica don Jesús. Por su parte, el ex embajador francés, Roger Peyrefitte, autor de La sotana roja, asegura que al Papa se le puso la inyección letal, por medio del mafioso Brucciato −después murió en un atentado contra Roberto Rossone, vicepresidente del Banco Ambrosiano− acompañado de dos monseñores de la curia.

Según López Sáez, "nadie sabe exactamente quién mató al Papa. Todo apunta a la logia masónica. No se puede responsabilizar a una persona en concreto, aunque hay quien señala al entonces presidente del IOR (Banco del Vaticano), monseñor Marcinckus, y al entonces Secretario de Estado, el francés cardenal Villot".

En cualquier caso se trata, según López, "de una muerte provocada en el momento oportuno". ¿Por qué? Los folios que tiene en la mano el Papa muerto contenían el nuevo organigrama de la curia y de la iglesia italiana: dimisión de Villot y del arzobispo de Milán, monseñor Colombo; traslado a Milán de Casaroli; Benelli, nuevo Secretario de Estado; Poletti, vicario de Roma, a Florencia, y Felici, nuevo vicario de Roma".

Juan Pablo I, horas antes había presentado el organigrama a Villot y éste le dijo: "Usted es libre para decidir y yo obedeceré. Pero sepa que estos cambios supondrían una traición a la herencia recibida de Pablo VI".Y Juan Pablo I le replicó: "Ningún Papa gobierna a perpetuidad".

En la mesa de luz de Juan Pablo I, había un proyecto que pensaba presentar, sobre la posibilidad de admitir el uso de pastillas anticonceptivas (ya lo había dado a conocer en la revista oficial del Vaticano) sobre la aceptación de mujeres para el sacerdocio y acreca de un acercamiento con fines de unidad con la iglesia ortodoxa. Está comprobado que el Luciani era un Papa que "estaba en el camino de la profecía". Es decir, "un Papa que no quiere ser jefe de Estado, que no quiere escoltas ni soldados, que quiere una renovación profunda de la Iglesia y, además, gobernar con los obispos. Un Papa de los pobres que quiere promover en el Vaticano un gran instituto de caridad, para hospedar a los sin techo de Roma", cuenta el padre López Sáez.

En definitiva, se teoriza que al Papa le asesinan porque quiere revisar la estructura de la curia, publicar varias encíclicas (sobre la colegialidad o la mujer en la iglesia), destituir al presidente del IOR, reformar el banco vaticano y enfrentarse abiertamente con la masonería y con la mafia que campean por sus fueros en la curia romana.

Según López Sáez, "lo determinante fue el asunto del IOR, porque la curia intentaba evitar la quiebra del Banco Ambrosiano y la decisión del Papa la iba a precipitar. Ellos querían un Papa que evitase esa quiebra". Pero, aunque quitaron de en medio a Juan Pablo I, su sucesor, Juan Pablo II, no pudo evitar la quiebra del Ambrosiano y, además, destituyó a su presidente, monseñor Marcinckus.

"Juan Pablo I no era un papa débil e indeciso como lo pintan desde el Vaticano. Está en juego no sólo la causa y las circunstancias de su muerte, sino también su figura y su testimonio". De hecho, en este momento hay dos procesos abiertos en torno al Papa Luciani. El primero es civil, reabierto en Roma por el fiscal Pietro Saviotti. El segundo es la beatificación de Juan Pablo I.

Ya Juan Pablo I ha sido proclamado Siervo de Dios, el primer grado que el catolicismo otorga a un candidato para ser beatificado y posteriormente canonizado. El padre López no quiere oír hablar de este tipo de proceso: "El Papa Luciani no necesita milagros para ser santo. A Juan Pablo I hay que beatificarle como mártir, tras una profunda investigación sobre su muerte y recuperar su imagen distorsionada".

OTRAS INVESTIGACIONES

El parte oficial indica que murió de un ataque al corazón. Pero David Yallop, autor del libro En nombre de Dios, insiste desde 1984 en la hipótesis de que Juan Pablo I fue envenenado. Los principales sospechosos fueron tres altos jerarcas de la Iglesia Católica y tres mafiosos vinculados con el mundo de las finanzas y las hermandades secretas masónicas.

Según Yallop, el Papa habría descubierto que en la venta del Banco Católico del Veneto -en 51 por ciento propiedad del Banco Vaticano- hubo irregularidades que involucraban al director del Banco Vaticano, el obispo Paul Marcinkus, y a Roberto Calvi, director del Banco Ambrosiano.

El Pontífice también se habría enterado de los lazos de Calvi con Michel Sandona y Lucio Galli, miembros de una poderosa logia llamada 'Propaganda 2' que, después se supo, promovió atentados terroristas. El catolicismo dice que el creyente que ingrese a una logia debe ser excomulgado.

El Papa, según Yallop, tuvo en su poder una lista con nombres de varios obispos y religiosos pertenecientes a la logia. Uno de ellos era el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Jean Villot.

La noche del 28 de septiembre, afirma Yallop, el Papa le habría mostrado a Villot la lista de los altos prelados que serían cambiados, cesados o trasladados, entre ellos Marcinkus, también parte de la logia. La lista incluía a John Cody, arzobispo de Chicago, una de las arquidiócesis más ricas del mundo, que había sido objeto de protestas de fieles y religiosos por apropiación indebida de millones de dólares, despotismo con los feligreses y supuesta "conducta privada impropia". Pablo VI, según Yallop, quiso repetidamente destituirlo, pero nunca se atrevió. Al parecer, Juan Pablo I estaba decidido a hacerlo.

Yallop añade a la tesis del complot otro ingrediente. Cuando era sacerdote, Luciani -dice el autor- participó en una consulta interna sobre el control natal, cuyo resultado sería presentado a Pablo VI. Su postura era que el Vaticano debía aprobar la píldora antiovulante del doctor Gregory Pincus, que sería la "píldora católica". Su concepto fue rechazado, pero ya como Papa podría imponerlo, lo cual habría alarmado a Villot.

En 1991, Camilo Bassotto, amigo personal del Papa muerto, reveló que éste tenía preparadas cuatro encíclicas con reformas espectaculares que, según él, habrían cambiado el rostro del Vaticano.

A pesar de que el Vaticano ha calificado de irresponsable el libro, el que no se hubiera hecho una autopsia del Papa -pues hacerlo es inusual-, y su apresurado embalsamamiento, no hicieron más que llenar de motivos a los seguidores de la tesis del asesinato. Según ellos, una sola gota de sangre habría servido para descubrir su envenenamiento.

SERIE DE CRÍMENES POSTERIORES A LA MUERTE DE JUAN PABLO I

Tras la muerte de Albino Luciani, sorprende la serie de asesinatos y atentados violentos con fines intimidatorios, que se han perpetrado para enmascarar la práctica habitual del saqueo a gran escala:

El 29 de enero de 1979 es asesinado el magistrado Emilio Alessandrini, cuando verificaba policialmente el informe del Banco de Italia sobre las actividades delictivas del Banco Ambrosiano.

El 21 de marzo del mismo año, es asesinado el abogado y periodista Mino Pecorelli, miembro arrepentido de la logia P2, que había publicado algunos informes sobre el escándalo del petróleo, fraude calculado en 2.500 millones de dólares, cuyo cerebro había sido el propio Gelli; además Pecorelli había elaborado una lista de 121 masones vaticanos. En opinión de Felici, unos lo eran y otros no; de todos modos, desde el 12 de septiembre la lista estaba en la mesa del Papa Luciani. Pecorelli, que había prometido a sus lectores cuantiosas revelaciones sobre la logia Propaganda Dos, murió de un disparo en la boca.

Poco después de la medianoche del 11 de julio, al volver a su casa, es asesinado el fiscal Giorgio Ambrosoli, que, habiendo indagado sobre el "crack Sindona", había comenzado a declarar el 9 de julio sobre el banquero siciliano y el día 10 había revelado operaciones ilegales de este con un "banquero milanés" y un "obispo norteamericano", es decir, Roberto Calvi y Paul Marcinkus, respectivamente.

El 13 de julio, juntamente con su chófer, es asesinado el teniente coronel Antonio Varisco, jefe del servicio de seguridad de Roma, que seguía una investigación sobre la P2 y había hablado largamente por teléfono con Ambrosoli sobre el tema del día (Sindona), el 9 de julio.

El 21 de julio, es asesinado Boris Giuliano, jefe del C.I.D. y superintendente de las fuerzas de policía de Palermo, que se había entrevistado el día 9 con Ambrosoli; Giuliano fue sustituido por Giuseppe Impallomeni, miembro de la P2.

El 2 de marzo de 1981, la oficina de prensa del Vaticano divulgó un documento que intrigó a mucha gente; en él se recordaba a los católicos practicantes que el Código Canónico "prohíbe a los católicos, bajo la pena de excomunión, unirse a organizaciones de carácter masónico o similar". Pocos días después, el 17 de marzo, la policía irrumpe en la villa palaciega que Gelli tenía en Arezzo y en sus despachos de la fábrica textil Gio-Le. Gelli había volado a Sudamérica. En la caja fuerte de Gelli, la policía descubre una lista de 962 miembros de la P2: militares (más de 50), industriales, miembros del Parlamento (nada menos que 36); en fin, un estado dentro del Estado. Desde su santuario personal de Montevideo, Licio Gelli seguiría exigiendo voluminosas cantidades de dinero al banquero milanés, al que solía telefonearle a la villa de Drezzo: Clara Calvi, viuda de Roberto, y su hija Anna, han señalado que el número de teléfono de la villa sólo lo conocían dos personas Gelli y Umberto Ortolani. Gelli jamás decía su verdadero nombre cuando alguien de la familia Calvi le preguntaba quién era. Les respondía con su nombre en clave: Luciani. Esta clave la utilizaba desde 1978.

Otros acontecimientos significativos: el 27 de marzo de 1980, Michele Sindona fue declarado culpable de 65 actos delictivos, entre ellos, fraude, conspiración, perjurio, falsificación de asientos bancarios y apropiación indebida de los fondos de su banco. Se le impuso una condena de 25 años de cárcel. Esto fue en Estados Unidos, donde se encontraba; también pesaba sobre él, desde hacía vanos años, una orden de extradición presentada por el gobierno italiano.

El 29 de julio de 1981, Calvi "fue sentenciado a cuatro años de prisión y a pagar una multa de 16.000 millones de liras. Sus abogados apelaron de inmediato y Calvi fue puesto en libertad bajo fianza". Casi un año después, el 18 de junio de 1982, Calvi aparece colgado de un puente de Londres; unas horas antes, su secretaria, Graziella Corrocher, había caído desde el cuarto piso de la sede central del banco milanés, dejando una "nota de suicidio"; algo parecido sucede unos meses después, el 2 de octubre de 1982, con Giuseppe Dellacha, un ejecutivo del Banco Ambrosiano. El 13 de septiembre de 1982, Licio Gelli fue detenido en Ginebra y fue encarcelado en Champ Dollon, una prisión de máxima seguridad, mientras se tramitaba la extradición; pero el 10 de agosto de 1993 Licio Gelli escapó.

Sin que se pueda concretar en una persona la responsabilidad de la muerte de Juan Pablo I, de todo lo anterior se deduce que el 28 septiembre de 1978 había quienes "tenían mucho que perder" si el Papa Luciani continuaba en la silla de Pedro: Sindona, Calvi, Marcinkus, Cody y, desde esa tarde, el propio Villot. Licio Gelli y Umberto Ortolani también se veían directamente afectados: "para estos dos hombres, líderes de la P2, perder a Roberto Calvi significaba que la logia perdería a su principal valedor".

Con la explicación oficial, Roma dio por cerrado el caso. Pero, aún hoy, en toda la cristiandad sigue flotando un aire de misterio y sospecha. La herida se ha cerrado en falso.

El misterio de Trancas


El episodio más resonante de un supuesto aterrizaje de OVNIS y aparición de seres extraterrestres en la Argentina se produjo en Trancas, Tucumán, hace 48 años.

El hecho fue uno de los hitos más importantes en la historia de los objetos voladores no identificados.

Se trata de un episodio que ha sido considerado como “un caso inatacable (y) una prueba irrefutable” dentro del voluminoso y extraño legajo de los OVNIS. Quizás –también se ha dicho– uno de los hechos más excepcionales del historial del problema OVNI”, debido a la cantidad y calidad testimonial, la prolongada visualización y el hallazgo de residuos físicos en el área, constituyendo “la más poderosa evidencia” a favor de los fenómenos inusuales. Desde entonces, el caso Trancas se convirtió en un “superclásico de la ufología mundial”, señala el sitio mexicano www.perspectivas.com.mx.

El lunes 21 de octubre de 1963, las jóvenes Argentina (28) y Jolié (21) Moreno, con sus pequeños hijos Victoria, Nancy y Guillermo, llegaron desde Rosario –donde residían– a San Miguel de Tucumán, y de ahí viajaron hasta la finca “Santa Teresa” en Villa de Trancas, donde se reunirían con sus padres, Antonio (72) y Teresa (63), y su otra hermana, Yolanda (30).

Un motivo de esta visita era que sus maridos, ambos oficiales del Ejército, debían participar en unas importantes maniobras militares previstas para esos días, y en la madrugada partirían en tren desde Tucumán a Salta, pasando por Trancas.

Cenaron muy temprano y, exhaustos por el viaje, todos se fueron a descansar a sus habitaciones. Cerca de las 21 horas, la doméstica Dora Guzmán (15), que se hallaba en los fondos de la vivienda, aparece una y otra vez insistiendo en que veía luces sobre el terraplén del ferrocarril, situado a 200 metros al frente de la finca.

Los padres dormían, Argentina seguía atenta a su lectura y Jolié le restó importancia, pues debía darle el biberón a Guillermo, de cuatro meses. Yolanda, en tanto, pensó al escucharla que sería un ómnibus.

Finalmente, Dora persuade a las hermanas para verificar las “luces raras” que estaba viendo. Se trataba de un conjunto de cinco luces, distantes entre sí a no menos de 100 metros, tres al frente y dos un poco más al norte (noreste). Se encendían y apagaban con cierta intermitencia, arrojando haces lumínicos en distintas direcciones, iluminando incluso la finca (vivienda, gallinero).

No tenían forma discernible, presentando el aspecto de focos de luz. Las asustadas mujeres sospecharon que podría tratarse de un accidente ferroviario (es frecuente que el tren se lleve por delante algún vacuno), o que podría ser una escuadrilla de operarios reparando las vías, pues a unos 500 metros, o más, hacia el norte, visualizaron unas siluetas humanas desplazándose en torno a los reflectores.

El temor fue mayúsculo cuando Yolanda apunta la posibilidad de que podrían ser guerrilleros haciendo un sabotaje (levantando las vías o colocando una bomba), recordando los episodios de la incipiente guerrilla rural de Taco Ralo, al sur de Tucumán, hacia fines de 1962. Es que los maridos de Argentina y Jolié pasarían por allí en cuestión de horas en un tren militar y, además, ellas se encontraban solas, su padre enfermo y sus pequeños hijos desprotegidos.

En busca de otra explicación, una de las hermanas recordó haber leído que en varias partes del mundo se habían visto platos voladores, y especialmente el caso del camionero Douglas (quien días antes –en Monte Maíz– había visto un aparato con varios seres que lo habrían quemado con un fino haz de luz), sugiriendo la posibilidad que fueran esas naves.

Entre corridas y encierros, deciden salir para observar mejor, cuando ven una tenue luminosidad verdosa y, pensando que era la camioneta conducida por un peón que trabaja en la finca, van hacia la tranquera.

De pronto, a unos ocho metros de ellas, se encendió una luz que las encandiló, pudiendo notar por un instante que había un aparato de unos 8 x 3 metros, provisto de una torreta, y con gajos y grandes remaches dispuestos en su superficie. El impacto fue tal, que Yolanda trastabilló, tropezó, y en segundos estaban refugiadas nuevamente en la casa.

La doméstica, de 15 años, entró exclamando que la habían quemado, pero Argentina y Yolanda comprobaron que sólo estaba asustada. A estas alturas todos estaban levantados. El padre intentando salir, era retenido presa de nervios por sus hijas, pues se hallaba enfermo.

Con las puertas trancadas, desde la ventana (los postigos cerrados y por veces entreabiertos), atisbaban el fenómeno. Una de las jóvenes mujeres creyó que los haces de luz atravesaban las paredes, pero otra sostuvo que lo hacían a través de las rendijas. La misma creyó que los haces se extendían y retraían a voluntad, pero resultó que por momentos lo hacían a ras del suelo.

La situación era desesperante. La madre oraba, la doméstica lloraba, las hermanas gritaban y corrían de una habitación a otra, siguiendo las alternativas. Los testigos notaron el ambiente pesado, caluroso. Ese objeto más cercano (‘F’) emitía un ruido de máquina en funcionamiento, pero ya sólo veían de él un espeso y creciente vapor y unas luces, que parecían recortar seis ventanas, impidiéndoles apreciar si se hallaba suspendido a corta altura o posado en tierra (con posterioridad se encontraron allí los vegetales presuntamente aplastados).

Transcurrieron 40 minutos, hasta que el objeto ‘F’ –que les parecía comandar las acciones– se desplazó hacia el este y los demás, siempre en forma rasante, hicieron lo mismo, hasta desaparecer en dirección de las Sierras de Medina, distantes a 20-25 kilómetros.

Luego, corrieron hacia los vecinos para avisarles del acontecimiento, pero son muy pocos los que vieron algo. El vecino lindero Francisco Tropiano alcanzó a ver pasadas las 22 horas muy iluminado el sector este del lugar, al frente de su finca.

Nadie durmió esa noche en lo de Moreno. Por la mañana Jolié fue a la estación ferroviaria rogando enviar un telegrama a su hermano Antonio (h), que vivía en San Miguel de Tucumán a raíz del episodio. Cuando recibió el mensaje –debido al procedimiento–, ya lo sabía gran cantidad de personas. Incluido el periodismo, que pronto se hizo presente. Luego, se solicitó la intervención de la policía, labrando un acta, custodiando el lugar durante días sin novedades, y requiriendo al Instituto de Ingeniería Química de la Universidad de Tucumán que examinara el polvillo blanco hallado en el sitio donde fueron observadas las luces, resultando ser carbonato de calcio con impurezas de carbonato de potasio.

El diario La Gaceta dio amplia cobertura al hecho, y durante varios días continuó informando.

El periodista Arturo Alvarez Sosa recuerda que, "junto con el entonces jefe de noticias Ventura Murga y el fotógrafo Ernesto González, fuimos a Trancas a cronicar la experiencia de la familia Moreno. En ese tiempo no sabíamos que el fenómeno desencadenaría tal cúmulo de historias y que el cine finalmente llevaría a conocimiento de todos los pueblos de la Tierra un ‘encuentro del tercer tipo’ relatado por el doctor J. Allen Hynek”.

En efecto, también Jolié Moreno advierte esa relación: “Mi madre estaba desesperada y mis hermanas corriendo, mi hijo estaba durmiendo en la camita, y transpiraba de tal manera que… Afuera esas luces, iluminando todo, moviéndose inteligentemente y las figuras… Fue la misma película de Steven Spielberg, ‘Encuentros cercanos del tercer tipo’ que, por otro lado, se autorizó.
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