El 3 de mayo de 1972 aparecía en las portadas de los principales periódicos españoles una sorprendente noticia aparecida el día anterior en el semanario italiano Domenica del Corriere. La noticia rezaba que un grupo de 12 científicos, cuyas identidades siempre se han mantenido en secreto, encabezados por el padre Pellegrino Alfredo Maria Ernetti, un monje benedictino, había conseguido “el invento del siglo”, una máquina capaz visionar el pasado.
El experimento estaba basado en la ley física que asegura que la energía no se crea ni se destruye sólo se transforma. Así, actuando con el convencimiento de que tanto el sonido como la imagen lo son, no había más que volver a captar los restos de cualquier acontecimiento pasado y reconstruirlo.
Las entrevistas que le hicieron al padre benedictino jamás explicaron el funcionamiento del cronovisor, nombre que se le dio al aparato. Tan solo se aseguró que se componía de tres partes: una antena para captar las ondas energéticas, un selector para elegir los distintos momentos y personajes y aparatos para grabar las imágenes y los sonidos. Una especie de proyector tridimensional.
El descubrimiento científico tenía que mantenerse en secreto por las funestas consecuencia que podía tener para la sociedad pues un mal uso de invento acarrearía la matanza de la humanidad o el nacimiento de una nueva moral.
Los experimentos confirmaron que se podía hasta saber qué pensaba el vecino o el enemigo. Un uso más concreto permitió captar escenas de la pida del papa Pío XII, de Mussolini, los gestos de Napoleón en Waterloo, Hitler al suicidarse, Colón al llegar a América o, como experto en música antigua, la reconstrucción de la tragedia romana “Thyestes”, representada en el 169 a. C.
La auténtica expectación se levantó cuando el padre Ernetti afirmó que con su invento había logrado fotografiar al mismísimo Jesús en la cruz y como muestra proporcionó el rostro compungido de un hombre barbado con la mirada hacia arriba.
La fotografía aportada terminaría por desprestigiar las declaraciones del padre Pellegrino al descubrirse que se trataba de un crucificado existente en la iglesia del Amor Misericordioso de Collevalenza, en Perugia.
Tras años de silencio finalmente lo rompería para afirmar que la jerarquía eclesiástica le obligaba a mantener el secreto de sus investigaciones. Poco antes de morir en abril del 94 se rumorea que mandó una carta donde decía que la existencia de una máquina capaz de mostrar las imágenes del pasado era cierta, que también era verdad que se hubiera conseguido la imagen de Jesús, a pesar del fraude de Collevalenza, y que ciertamente la iglesia le obligaba a guardar silencio.
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