Leyenda El Puente del Diablo

Dice la leyenda que en el pueblo de Puente Grande, en el estado de Jalisco, México durante la época colonial, vivía un matrimonio. Don esteban de la Garza y su señora esposa Doña Margarita.

Ellos, nunca tuvieron hijos, y el marido de la mujer, nunca le pudo dar la vida que de novios le prometió. Cosa que deprimía muy profundamente a don Esteban.

Un día, al salir de una cantina, don Esteban se topo con otro parrandero que estaba aburrido y sin ánimos de hacer nada. Dicho personaje era ni más ni menos que el mismísimo diablo, quien estaba algo pasado de copas.

En el pueblo no existía puente que los comunicara con sus vecinos de Zapotlanejo, así que, en medio de las copas, el diablo le propuso un trato a don Esteban, le dijo que el haría un puente que uniera a ambos pueblos en una sola noche, pero que a cambio don Esteban le daría su alma. Pero si al primer canto de los gallos el puente aún no estaba concluido, entonces el trato se rompería y el demonio perdería la apuesta.

Don Estaban, quien también estaba muy pasado de copas, creyó imposible que el demonio, en aquel estado etílico, terminara una construcción de tal dimensión en una sola noche, así que sin dudarlo, aceptó el trato.

Entonces el demonio mando llamar a todos los diablos del averno, y comenzó con la construcción del puente. Don Esteban veía cientos de diablitos corriendo de aquí para allá empujando carretillas llenas de piedras y otros mas pegándolas. El puente quedaría terminado en tiempo y forma, según lo dijo el diablo.

Don Esteban se retiró triste al lado de su esposa, la cual, al verlo tan acongojado le preguntó que sucedía. Don Esteban le contó lo que pasaba, y la mujer, lista como son las damas, ideo un plan para salvar el alma de su marido.

Salió doña Margarita al patio de su casa, y comenzó a golpear sus muslos, simulando el aleteo de los gallos, después entono un kikirikiiii tan esplendido, que los gallos de las casas vecinas despertaron y comenzaron a anunciar la madrugada.

En cosa de segundos todos los gallos del pueblo cantaban, anunciando el alba, gracias a la treta de doña Margarita.

En el pueblo, el diablo saboreaba su casi seguro éxito. Ya solamente faltaba poner una piedra, y la pondría el diablo en persona. Iba montado encima de una carretilla recibiendo vítores de los demonios cuando de pronto se escuchó el canto de los gallos por todo el pueblo. Entonces el demonio, al ver que estaba todo perdido, se arrojó a las aguas del río seguido por todo el averno que trabajo haciendo del puente, dejando tras de si carretillas, palas, cintas métricas, planos y demás enseres de la construcción.

El alma de don Esteban se salvó.

Desde ese día, en ese puente existe un hueco, que es en donde iría la piedra que el demonio no alcanzó a poner. Dicen los habitantes del pueblo que si alguien trata de poner alguna piedra en ese lugar, esta se cae al río.

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